Un país puede ser de una sola persona y con apenas seis metros cuadrados de territorio. Al menos así queda demostrado en este documental, claustrofóbico físicamente pero insondable en sus anhelos y posibilidades de expresión y libertad. Eryang plantó su bandera de “paz, amor y luz” en este apartamento en un callejón de Beijin y por él transita un siempre cambiante grupo de jóvenes atraídos por ese refugio apartado de la vida y de la China contemporánea, donde departen afectuosamente y discuten desde la menor trivialidad generacional hasta serios asuntos ideológicos y políticos. En ese microcosmos atiborrado de objetos y con el sonido de fondo de Bob Dylan o John Lennon, cuando ya no cabe nadie más, puede entrar otra persona y acomodarse, al tiempo que hace circular las ideas en otra dirección, pero siempre refrendando esa utopía, diminuta y pasajera, pero inagotable. Se trata de una de esas escasas oportunidades para conocer una China que el oficialismo siempre oculta, pero que aquí es revelada y puesta en cuestión de manera audaz y hasta valiente por parte de uno jóvenes que hablan abiertamente sobre el contexto y las condiciones de su país, apelando a un sentido crítico reflexivo que solo puede ser posible en un espacio como el que propician tanto este inusual lugar como la película misma.

Oswaldo Osorio