Atravesando el estrecho laberinto de las leyes patriarcales de Jordán, Nawal trata de hacerse un lugar con su hija, después de la muerte de su esposo. Según las leyes de ese país, solo puede ser heredero integro un varón, y ellas dos son mujeres. El hermano de su esposo, y su propio hermano, la presionan al punto de dejarla sin opciones, pero su capacidad de creación es mucho más grande de lo que ellos podrían llegar a imaginar. A esta historia nos deslizamos a través de líneas narrativas claras y bien enlazadas, el director logra anudar la historia con gran capacidad artística y cinematográfica.

Ante nuestros ojos se forma un trenzado de relaciones de clase, género, legislativas y religiosas que llegan a lugares íntimos como decidir quienes pueden verle el cabello a las mujeres o a las niñas. Inclusive dentro de la religión, encuentran estas mujeres lugares por donde entre la luz de la libertad de interpretación de sus mandatos, en relación a sus complicadas circunstancias. Así, este tejido lleva también los hilos de la desobediencia. Suave y profundo, el filme nos acerca a las complejidades del Jordán de nuestros días con honestidad y belleza.

María Alejandra Buelvas