En un remoto pueblo de Georgia, Etero lleva una vida aparentemente tranquila: tiene una pequeña tienda de artículos de aseo para las mujeres del pueblo. Habla con sus clientes -vecinos de todas las edades y procedencias-, y entre murmuraciones a veces genuinas y otras no tanto, Etero sigue adelante impulsada por su fuerte sentido de la independencia. Sin embargo, un día Etero escenifica su propia muerte imaginaria, y el público se ve envuelto en un espectro de emociones que se sitúan en las antípodas. De pronto, Etero da un salto de perspectiva: súbitamente y sin contemplaciones, decide amar como nunca lo había hecho en 48 años. La aventura ilícita con el distribuidor de su mercancía, Murman, abre un nuevo espacio de autodescubrimiento que se prolongará mucho más allá del final de la película. La exquisita elección de encuadres y colores de Elene Naveriani exalta especialmente lo espectacular, literal y metafórico, en los lugares más inesperados. Del mismo modo que los dos protagonistas y el conjunto de protagonistas que los rodean transmiten con fuerza tanto los aspectos más nimios como los más grandiosos de la condición humana. Y, al fin y al cabo, ¿no nos espera a todos la impresionante belleza de un mirlo y la dulzura de una zarzamora?

Loreta Gandolfi