Con la tenacidad de un carácter forjado a golpes, Paloma está dispuesta a hacer lo imposible por realizar el mayor de sus sueños: casarse de blanco por la iglesia. La amistad de sus compañeras en la plantación de papayas en la que trabaja, el amor sin límites por su hija, y la tranquila complicidad aderezada por la pasión sexual que vive con Zé, su compañero permanente, han convertido a Paloma en una mujer plena, aceptada, confiada, firme y feliz. Pero (siempre hay uno o muchos peros en la vida de una mujer trans), la alegre calma que Paloma vive en su pequeño pueblo donde todos parecen aceptarla y quererla, dejar ver pinceladas de rechazo y odio cada vez que sale geográficamente de su aparente zona de confort. ¿Casarse por la iglesia una mujer trans en una sociedad mojigata, beata, machista, homófoba y profundamente transfóbica? La aceptación tiene límites claros y hay barreras que es sacrilegio si quiera pensar en cruzar. La actuación de Kika Sena es, sin duda, el mayor de los aciertos de esta película. La manera como la actriz impregna su rostro y sus acciones de una ternura y una inocencia conmovedoras, y la forma cómo logra tamizar la candidez con la determinación de sus acciones, hacen que Paloma llene de principio a fin esta bellísima película que se pasea entre la alegría, la esperanza, el derrumbe de los sueños y el dolor, como la vida misma.